El poder de contemplar la naturaleza
Al animal humano, aprendemos desde pequeños, le tocó la lotería de la creación con el intelecto. Sin embargo, el honor, de vez en cuando, nos hace olvidar que también somos animales, uno más entre tantos hilos con los que la naturaleza teje su red. Afortunadamente, la madre primordial llama a sus hijos a su casa, como su regazo, siempre abierto a la visita. Inclinados sobre campos, mares, montañas o lagos, sentimos conSegún Peter Webb, agrónomo y permacultor australiano, residente en Brasil desde hace 27 años y coordinador del Sítio Vida de Clara Luz, ubicado en Itapevi, São Paulo, donde promueve cursos y experiencias deecopsicología, junto con la psicóloga Bel Cesar, la alquimia desencadenada por el dúo hombre-naturaleza parte de la constatación de que, mientras en los entornos naturales todos los actores se tocan e interpenetran espontáneamente, en el escenario urbano se nos educa para vivir de forma arquitectónica. Sin darnos cuenta, llevamos máscaras fabricadas artificialmente y emitimos signos y gestos que,La naturaleza nos recuerda que podemos deshacernos de los excesos y las exigencias sin sentido y recuperar la sencillez perdida. Por eso tiene ese potencial curativo", afirma. Basta con pararse a contemplar", añade, pero pronto cambia de opinión: "Como a mucha gente le cuesta sentarse y relajarse, recomiendo algunosLos que tienen mayor afinidad con la tierra pueden quitarse los zapatos y pisar el suelo, o apoyarse en el tronco de un árbol. Los que son acuáticos pueden bañarse; los que aman el aire pueden ofrecer su rostro al viento; los que aman el fuego pueden calentarse cerca de las llamas.En las palabras del permacultor resuena la voz de Alberto Caeiro, el heterónimo del poeta portugués Fernando Pessoa, que no podía distinguirse de su amada naturaleza, diciendo: "No tengo filosofía, tengo sentidos". Para Webb, este estado de comunión nos hace aterrizar nuestro ser en el momento presente, fuente de paz y "fertilizante" paraSegún la neurocientífica Suzana Herculano-Houzel, profesora de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), los periodos pasados en la calma de paisajes salvajes como una playa desierta permiten que la materia gris -casi siempreEl investigador explica que en entornos naturales, sin edificios, carreteras ni atascos, se induce a la mente a volverse hacia el interior, dotando al aparato cerebral y, en consecuencia, a laEn esos preciosos momentos, recibimos un soplo de dulzura. Al deambular por los centros urbanos, las personas ven cómo su atención se agota por la mezcolanza de estímulos creados por el hombre. Pronto, el cerebro proyecta sus antenas hacia el exterior y se sobrecalienta.
La construcción de este puente suele estar en manos de paisajistas como Marcelo Bellotto. "Nuestro papel es llevar la riqueza de colores, perfumes y sabores que encontramos en plantas y frutas a lugares impensables como pequeñas terrazas planas, jardines verticales o azoteas verdes de casas yIntermediario de una relación profundamente transformadora, ve en su oficio mucho más que estética ornamental: "Al entrar en contacto con la naturaleza, el hombre interactúa consigo mismo. Esta proximidad rescata el ritmo orgánico que perdemos en la velocidad de la vida urbana, equilibrando de nuevo nuestro 'reloj biológico'", observa. En sus proyectos, apuesta alto por los cuatroelementos - tierra, fuego, agua y aire: "Agudizan los sentidos, embotados por tanta contaminación visual, sonora y olfativa, aumentando nuestra sensibilidad hacia una vida más sencilla y saludable". Uno más para perpetuar el espíritu de Alberto Caeiro.