Rubem Alves: Un amor arrebatado que no se olvida
Ella le dio el libro y le dijo: "Es una historia de amor muy bonita. Pero no quiero que termine para nosotros..." En la portada del libro estaba escrito: Los puentes de Madison.
Madison era el nombre de uno de esos pueblecitos tranquilos de la campiña americana, lugar de ganaderos, no había noticias, todas las noches eran iguales, los hombres se reunían en los bares a beber cerveza y hablar de toros y vacas o a jugar a los bolos con sus mujeres, que durante el día cuidaban de las casas y cocinaban, y los domingos la familia iba a la iglesia y saludaba al pastor en elTodo el mundo conocía a todo el mundo, todo el mundo lo sabía todo, no había vida privada ni secretos y, como el ganado manso, nadie se atrevía a saltar las vallas porque todo el mundo lo sabría.
El pueblo estaba vacío de atractivos, aparte del ganado, salvo unos puentes cubiertos sobre un río a los que los lugareños no daban importancia. Estaban cubiertos como protección contra las nevadas invernales que podían cubrir los puentes, bloqueando el tráfico de vehículos. Sólo algunos turistas que se detuvieron allí los consideraron dignos de ser fotografiados.
La familia, pacífica como las demás, estaba formada por marido, mujer y dos hijos. Tenían cabeza de ganaderos, olor de ganaderos, ojos de ganaderos y sensibilidad de ganaderos.
Su esposa era una mujer hermosa y discreta, de sonrisa y ojos tristes, pero su marido no la vio, pues estaban atestados de toros y vacas.
Sus rutinas vitales eran las mismas que las de todas las demás mujeres. Éste era el destino común de todas ellas que, en Madison, habían olvidado el arte de soñar. Puede que las puertas de la jaula siguieran abiertas, pero sus alas habían desaprendido el arte de volar.
Marido e hijos trataban la casa como una prolongación de los corrales y allí estaba aquella puerta de muelle de la cocina que golpeaba contra el marco produciendo un ruido seco como el de una portera cada vez que entraban. La mujer les había pedido una y otra vez que sujetaran la puerta para que se cerrara suavemente, pero el padre y los hijos, acostumbrados a la música de la portera, no hacían caso. Con el paso del tiempo,Comprendió que era inútil. El golpe seco se convirtió en la señal de que su marido y sus hijos habían llegado.
Era un día diferente. Había excitación en el pueblo. Los hombres se preparaban para llevar a sus animales a una exposición de ganado en un pueblo cercano. Las mujeres estarían solas. En su pequeño y acogedor pueblo, estarían protegidas.
Y así le ocurrió aquel día en que la puerta no llamó....
Era una tarde tranquila y cálida. Ni un alma hasta donde alcanzaba la vista. Ella, sola en su casa.
Pero rompiendo la monotonía de cada día pasó por el camino de tierra un desconocido que conducía un jeep. Estaba perdido, se había equivocado de camino al no tener indicaciones, buscaba a alguien que le ayudara a encontrar lo que buscaba. Era un fotógrafo que buscaba los puentes cubiertos para escribir un artículo para la revista Geographic.
Ver también: El proyecto aprovechó al máximo la estrecha y larga parcelaAl ver a la mujer que le miraba interrogante desde el balcón -¿quién podría ser?-, se detuvo frente a la casa. Le sorprendió que una mujer tan hermosa estuviera sola en aquella parte del mundo, y se acercó a ella. Le invitó a subir al balcón -¿qué mal podía haber en un gesto tan cortés? Estaba sudando. ¿Qué mal podía haber si tomaban juntos una limonada fría? ¿Cuánto tiempo hacía que no conversaba con ella?con un hombre extraño, a solas?
Y entonces ocurrió. Y los dos se dijeron en silencio: "Cuando te vi te amé mucho antes..." Y así transcurrió la noche, con un amor suave, delicado y apasionado que ni ella ni él habían experimentado jamás.
Pero el tiempo de la felicidad pasa rápido. Amaneció. La vida real no tardaría en entrar por la puerta: los hijos, el marido y el ruido seco de la puerta. Hora de decir adiós, hora del "nunca más".
Pero la pasión no acepta separaciones. Desea la eternidad: "Que sea eterna aunque llame e infinita por los siglos de los siglos..."
Deciden entonces marcharse juntos. Él la esperaría en cierta esquina. Para él sería fácil: soltero, libre, nada le retenía. Difícil para ella, atada a un marido y a unos hijos. Y pensó en la humillación que sufrirían en la cháchara de los bares y de la iglesia.
Llovía a cántaros. Ella y su marido se acercaban a la esquina convenida, su marido desprevenido de la pasión sufriente sentada a su lado. Semáforo en rojo. El coche se detiene. Él la esperaba en la esquina, la lluvia caía a cántaros sobre su cara y su ropa. Sus miradas se encontraron. Él estaba decidido, esperando. Ella estaba rota por el dolor. La decisión aún no está tomada. Su mano temblaba en el picaporte de la puerta.Un movimiento de su mano, de no más de cinco centímetros, bastaría. La puerta se abriría, ella saldría bajo la lluvia e iría a abrazar a quien amaba. La luz verde del semáforo se enciende. La puerta no se abre. El coche sigue su camino hacia el "nunca más"...
Y ese fue el final de la historia en la película y en la vida...
Ver también: Casa pequeña pero luminosa, con césped en el tejadoRubem Alves nació en el interior de Minas Gerais y es escritor, pedagogo, teólogo y psicoanalista.